Wu-wei, la «no-acción» y el aikido

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    El Tao nada hace y, sin embargo, nada queda sin hacer.

    Lao-tzu

 

Estas famosas palabras de Lao-tzu no pueden ser tomadas, obviamente, en su sentido literal, puesto que el principio de la «no-acción» (wu-wei) no puede considerarse como inercia, pereza o mera pasividad.

 

Así, wu-wei, en el sentido de «no-forzar», es lo que queremos expresar cuando nos referimos a seguir la corriente, orientar las velas con el viento, seguir la marea en su fluir y adaptarse para conquistar. Esto se encuentra, quizás, mejor ejemplificado en las artes japonesas del judo y el aikido, en las que el oponente es derrotado por la fuerza de su propio ataque, y el arte más reciente alcanza tal grado de habilidad que he visto a un atacante caer al suelo sin siquiera ser tocado.

El término chino y taoísta que nosotros traducimos como naturaleza significa espontáneo, aquello que es lo que es en sí mismo; todas las cosas crecen y operan independientemente. No obstante, cada cosa-acontecimiento es lo que es solo en relación con las demás. El principio sostiene que si se deja que todas las cosas sigan su camino, la armonía del universo quedará restablecida. El orden de la naturaleza no es un orden forzado; no es el resultado de leyes y preceptos que los seres humanos se vean obligados a seguir, ya que no existe un mundo obstinadamente externo. Mi interior surge y se corresponde con lo que es exterior a mí y, aunque ambos difieran, no pueden verse disociados. Debido a su interdependencia mutua, todos los seres armonizarán si se los respeta y no se les fuerza a la conformidad con ninguna noción del orden arbitraria, artificial y abstracta, y esta armonía emergerá por sí misma.

 

Pero nuestro temor humano nos hace pensar que el Tao que no puede ser descrito y el orden que no puede ser expresado en libros representan el caos. Ese orden (li) conlleva el sentido de lo profundo, oculto y misterioso, previo a cualquier distinción entre orden y desorden. El orden del Tao no es una obediencia a algo ajeno, existe por y a través de sí mismo. La forma de ese orden no impone sus reglas al universo. En suma, el orden del Tao no es una ley, aunque posee un orden y modelo que puede ser reconocido claramente, que reconocemos en los dibujos que forma el agua al moverse, en las formas de los árboles o las nubes, en los trazos que deja la escarcha sobre los cristales o en la distribución de los guijarros en la arena de la playa. En cuanto nos encontramos frente a esta belleza, la reconocemos inmediatamente, aunque no podemos explicar exactamente por qué nos atrae. Si contemplamos su fluir nunca observaremos un error estético.

 

Así, el Tao es el curso fluyente de la naturaleza y del universo; li es su principio de orden o modelo orgánicos; el agua es su metáfora elocuente. El Tao y su modelo se nos escapan por el hecho de que ellos son nosotros mismos, y nosotros somos “como una espada que corta pero no puede cortarse a sí misma”, “como un ojo que ve pero que no puede verse a sí mismo”. Pero el Tao no es considerado como el amo y creador de nuestro universo orgánico. Puede reinar, pero no gobierna; es el modelo de las cosas, pero no la ley vigilante.

El mundo biológico es una sociedad que se come recíprocamente, en la que cada especie es presa de otra. Si existiera alguna especie no devorada por otra, crecería y se multiplicaría hasta su propia estrangulación. Como ocurre con los seres humanos, que gracias a su habilidad para vencer a otras especies corren el peligro de desbaratar todo el orden biológico por exceso de población y, por lo tanto, de destruirse a sí mismos. Por este motivo, todo aquel que se propone gobernar el mundo pone a todas las cosas, y especialmente a sí mismos, en peligro.

 

Alan Watts, «El Camino del Tao».

 

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Yoko Okamoto Sensei

 

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Fudoshin dice:

    Reblogueó esto en Fudoshiny comentado:

    La «no-acción»

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